Quizá en el tercer o cuarto piso, para ejercitarnos si tenemos trabajo al bajar por el pan del desayuno o la botella de vino tinto para la cena. Allí seríamos felices, en un pequeño departamento envuelto en ventanas y lleno de luz blanca por las mañanas, de luz naranja al atardecer y de un foquito prendido, y otro y otro y otro al comenzar la noche.