Quizá fue así como ocurrió en Alemania con los nazis, en Bosnia con los serbios, en Ruanda con los hutus. A menudo me he preguntado eso, cómo es posible que los niños se convirtieran en monstruos, cómo aprendieron que matar estaba bien y que la opresión era justa, cómo en una sola generación el mundo pudo cambiar el giro sobre su eje hasta convertirse en un lugar irreconocible.