Al usar sus egos para esculpir su música —llegando a creerse, en algunos casos, la identidad que los medios de comunicación habían creado para ellos—, usaban su propia imagen para destruir el estándar de lo que había existido antes y, al mismo tiempo, daban origen a nuevas formas. El público pagaba para ver. También lo hacía para presenciar la destrucción de la vida de los artistas —aquella libertad ilusoria que se convertía en una libertad real—.