P. D.—¡Oh! Acerca del número tres, no necesito decirte nada acerca del número tres, ¿no es cierto? Además, ¡fue todo tan confuso! Pareció que sólo había transcurrido un instante desde que había entrado en el cuarto hasta que sus dos brazos me rodearon, y me estaba besando. Estoy muy, muy contenta, y no sé qué he hecho para merecerlo. Sólo debo tratar en el futuro de mostrar que no soy desagradecida a Dios por todas sus bondades, al enviarme