Por más que Charles-Arthur abría ojos como platos y miraba fijamente las verjas cerradas de las fábricas, las banderolas de colores, la cara socarrona de los obreros, no acertaba a ver la historia. «Pero hombre, si está ahí, haz un esfuerzo», decía Régine. Él volvía la cabeza. Demasiado tarde, la historia se había escabullido.
ÉRIK ORSENNA,
La Vie comme à Lausanne