O Fernando Pessoa: «Para mí, escribir es despreciarme; es como la droga que me repugna y tomo, el vicio que desprecio y en el que vivo». Da la impresión de que todos ellos se sintieran condenados, como Sísifo, a desempeñar una tarea que nunca dará ningún fruto, al menos, ninguno que merezca la pena, y a la vez, parte de un colectivo de marginados selectos, de un misterioso olimpo –con minúscula– de arrabal al que no se permite acceder a cualquiera.