EUREKA, CALIFORNIA, 1998
Cuando Gabriel volvió a mí, yo tenía veintiuno y estaba en medio del largo verano previo a mi último año en la universidad. En ese momento, era una realista. Era la número uno en mi clase y no creía que existiera algo que yo no pudiera descubrir por mí misma. Coincidencias, accidentes: creía en ellos; sin embargo, requería mucho esfuerzo para abrirme a otras posibilidades. Para mí era como ser un abanico cuyos pliegues se extendían para revelar mundos paralelos.