Era una sopa riquísima; una cucharada de emulsión que me tenía que tomar, “para que crezcas, mi cielo”, y mi tío siempre agregaba: “Para que no te quedes chaparro como tu tío Rubén”; unos tamales para desayunar; un pastel recién hecho para merendar, y un baño en la tina antes de empiyamarme.