–Entonces, ¿vamos a acabar así? ¿No me dejarás volver a verte? Podrías visitarme...
Meneé la cabeza.
–Mírame –dije–. Mira mi pelo. ¿Qué dirían tus vecinos si fuera a visitarte? Te daría miedo pasear conmigo por la calle, ¡que algún hombre nos señalase con el dedo!
Se ruborizó y le vibraron las pestañas.
–Has cambiado –repitió; y yo sólo respondí:
–Sí, Kitty, he cambiado.