Si solo me faltara algo azul, correría por la iglesia, taconeando por el mármol, hasta un jarrón situado junto al primer banco. Cogería una hortensia del mismo tono que el cielo y la apoyaría contra mi corazón, y mi corazón latiría como una flor. Y yo florecería. Mi felicidad se transformaría en pétalos. La gasa verde se convertiría en hojas. Mis piernas serían pálidos peciolos; mi cabello, delicados pistilos. En mi garganta, las abejas beberían néctares exóticos.