A menudo, una combinación del secretismo y los límites políticos impuestos a los médicos personales tiene como consecuencia que los tratamientos aplicados a dirigentes no lleguen a la calidad óptima. Lo que sucede es que no se recurre a la mejor praxis médica, aun estando con toda facilidad al alcance de un jefe de Estado o de Gobierno, porque ellos temen que la prensa y el público descubran entonces la verdad sobre su estado.