justicia. No nos promete arreglar cada cubierta que se nos pinche a lo largo del camino. No nos reprogramará la ruta para evitar cada embotellamiento de tránsito. Ni siquiera va a detener la furia que demuestra tener al volante ese tipo loco con el que nos cruzamos en el empalme.
Pero nos va a llevar exactamente a donde Dios quiere que vayamos. ¿Y no es allí donde queremos llegar?