El conductor nunca había pensado en su trabajo en términos tan elogiosos. Para él se trataba de una ocupación bastante ingrata. No veía nada noble en interpretar el dolor de la gente, en traducir con diligencia los síntomas de tantos huesos inflamados, de tantos calambres de estómago o intestinos, de tantas manchas en las palmas de las manos que cambiaban de color, forma o tamaño