De una manera paranoica y retorcida, Kim Jong-il es sumamente racional. Es un superviviente que juega una mala mano con mucho talento. Sus armas lo mantienen a salvo de nosotros. El hambre lo mantiene a salvo en casa. Al pueblo sólo le preocupa de dónde saldrá su siguiente comida, y de ese modo no piensa en la rebelión. Y Kim está dispuesto a matar a todos los que tenga que matar para mantenerse en el poder.