Dios ha muerto» no era una simple presunción atea y ofensiva, como suele interpretarse hoy en día. No. Era un lamento, una advertencia, un grito de ayuda. ¿Quiénes somos nosotros para decidir el significado y la importancia de nuestra propia existencia? ¿Quiénes somos para decidir lo que es bueno y lo que es correcto en el mundo? ¿Cómo podemos soportar esa carga?