–Espera, espera, ¡qué tonto soy! ¿Cómo se llama tu muñeca?
–Brígida.
–¿Brígida? ¡Por supuesto! –soltó una risa de lo más convincente–. ¡Es ella, sí! No recordaba el nombre, ¡perdona! ¡Qué despistado soy a veces! ¡Con tanto trabajo!
La niña abrió sus ojos.
–Tu muñeca no se ha perdido –dijo Franz Kafka alegremente–. ¡Se ha ido de viaje!