Bernardo escuchaba sus propias palabras y empezaba a sentir vergüenza de lo que estaba diciendo. Se diría que se arrepentía del paso que había dado. No era que Ina no le gustara, al contrario, le agradaba mucho más de lo que pudo pensar al principio. No era eso, era un sentimiento que no podía precisar, algo así como una irritación contra su propia persona, como una rabia sorda por no bastarse a sí mismo y andar buscando apoyos y defensas como un niño desamparado.