efecto, es divina esta flor.
- Pues bien; va usted a guardarla.
- ¿Qué va usted a hacer, Clemencia?
- A cortarla ¿no he dicho a usted que iba a ofrecérsela?
- Pero vea usted que es una lástima, niña.
- ¿La rechaza usted de nuevo? ¡Arranco la planta!
- ¡Oh, no!… Pero ¿cómo agradecer?…
- ¿Cómo? Guardando esta flor junto a su corazón, como una reliquia y como un talismán; le da el cariño y la honrará el valor. Guárdela usted, Fernando…
Y Clemencia la ofreció c