«Es de mala educación eructar en la mesa. Mirad, aquí viene Jirafita. ¿Puedes entrar? A ver si cabes por allí.» Jirafita no cabía bien por la puerta de la casita y su manipuladora decidió dejar la cabeza y el cuello del animalito dentro y el cuerpo fuera.
Volví a mi libro, pero la voz de la niña me distraía de vez en cuando con sus exclamaciones y sus canturreos. Se hizo un corto silencio seguido de un repentino lamento: «¡Qué pena que yo sea de verdad y no pueda entrar en esta casita y vivir en ella!»