En los términos de Adrian, yo renuncié a la vida, desistí de estudiarla, la tomé como venía. Y así, por primera vez, empecé a sentir un remordimiento más general –algo entre la compasión y el odio a mí mismo– por toda mi vida. Por toda. Había perdido a los amigos de mi juventud. Había perdido el amor de mi mujer. Había abandonado las ambiciones que tuve. Había querido que la vida no me molestara demasiado, y lo había conseguido; y qué lamentable era.