Desde el primer día de la dictadura de Pinochet, fueron muchos los escritores que hicieron correr sus plumas para dejar un registro del horror que se vivía en Chile. Ese registro, publicado en revistas marginales, libros autoeditados y hojas mimeografiadas que circulaban de mano en mano, fue fruto del trabajo de escritores que, dentro y fuera de Chile, comprendieron que una de sus tareas fundamentales era testimoniar el tiempo de horror que se vivía, y que a pesar de las restricciones no era tiempo de callar.