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añosluz editora

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añosluz editora fue fundada en 2012 en Buenos Aires, Argentina, por Sebastián Realini y Juan Alberto Crasci.
Publicamos nuevos autores de Argentina y de otros países, como también autores de vasta trayectoria.
Contamos con colecciones de narrativa, poesía, ensayo, teatro y traducciones. Del 2012 a la fecha publicamos 54 títulos.
Además, desde añosluz editora organizamos diversos ciclos de lectura, como «Libro Completo», que consiste de una lectura en vivo con grabación de audio de poemarios completos de distintos autores, y el ciclo «Mundial de poesía», en el que los participantes leen poemas de escritores de distintas nacionalidades.
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    En ¡oh mitocondria! todo el lenguaje que artificia Rita Gonzalez Hesaynes proviene del lenguaje perdido de un todo primigenio. Ahí están las galaxias, los universos, los astros centellantes, “los parques del cosmos”, “los estadios helados del espacio”, y también los átomos, las células, el protozoo, la mitocondria.
    Se puede incurrir, es cierto, en el riesgo de pensar en un tratado de vida microscópica al leer el título de este bello libro de poesía. No es así si lo pensáramos desde esa perspectiva unívoca. Es así desde la visión englobante de una totalidad donde el ser humano es, con las demás cosas, una ínfima situación.
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    Lérmontov es un autor que nos llega de la mano de Pushkin; es imposible leerlos por separado. Sin embargo, Lérmontov queda un poco escondido detrás de la enormidad nacional de Pushkin, al menos, para los lectores occidentales. Esto es un error. Más de 1700 calles llevan el nombre de Lérmontov, museos, teatros, hasta una ciudad. La importancia de Lérmontov no puede pasarle desapercibida a cualquier lector serio de la literatura rusa. “Lérmontov nació no de una mujer, sino de una bala, que cayó en el corazón de Pushkin”, dirá Evtushenko ya durante la época soviética, algo que quizás puede aplicarse a todos los autores rusos. Pushkin es algo así como el sol centro del sistema planetario de la literatura rusa, y Lérmontov, en todo caso, es una luna gigante que lo orbita. Un logro para nada menor, para un poeta de apenas 26 años de edad.
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    Carolina Bello es una escritora todo terreno que siempre construye un edificio narrativo, integral y envidiable. Un monstruo con la voz rota recopila crónicas, reseñas y rarezas escritas a lo largo de más de una década de producción literaria. Si cada libro de ella fuese un paquete de figuritas, acá están las difíciles que no podés conseguir. En las mismas páginas conviven la cronista que aísla la molécula de la historia; la espeleóloga de la palabra; la narradora que le da sentido al mar de los hechos; la crítica amante del etalenguaje y la máquina de resignificar. Nada escapa a su microscopio: la flora y fauna de las urbes (Boston, Montevideo), la literatura del siglo XXI (Mad Men, Better Call Saul), el amor en tiempos del coronavirus (Roland Barthes), la atmósfera norteamericana, la idiosincrasia rioplatense y la nostalgia uruguaya. En el prólogo, Gustavo Verdesio sentencia que este libro “podría leerse como una especie de comedia humana en clave montevideana que intenta develar los arcanos de diversas formas de ser y estar en el mundo contemporáneo. Una comedia humana que se viste con una de las prosas más personales, poderosas y sutiles de la literatura actual en lengua castellana.”
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    Nunca dejé de necesitar toda la vida de Raskolnikov, confiesa Cristian De Nápoli, que establece con los libros una relación voraz, pero no ciega. Raskolnikov pedirá siempre más páginas que las que le dio Dostoievski y el lector se las proveerá de la única manera a su alcance: a través de otros libros, de otras vidas conocidas en otras páginas. Por eso, nunca terminamos un libro. Y éste, de De Nápoli, que abre muchas puertas y clausura otras con un estilo personalísimo, apasionante e irreverente, no es una excepción. Un libro sobre los libros de alguien que lee cada página como la condensación de un sinnúmero de libros.
    Fabio Morábito
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    ¿Qué marca esta época? ¿Qué la define como tal? ¿Cuál es su motor, su razón de ser? Una tensión emocional cuantitativa
    proveniente de factores externos que presionan la mente: la ansiedad.
    Diez de cada diez la sufren en su rutina. Es la hermana
    mayor del stress, aquello que sufrían nuestros progenitores en los ochenta. Todo pasa por sus designios, desde los amoríos
    breves hasta los proyectos inconclusos. Enzo Maqueira narra
    esta época. En 2014 publicó Electrónica, marcó un antes y un
    después en su carrera. Explotó todo. Sus apariciones mediáticas,
    su militancia peronista y feminista lo pusieron en el centro
    de la escena cultural argentina. Se convirtió en una de las
    voces más interesantes de su generación. Luego vino Hágase
    usted mismo, el salto a las grandes ligas. Pero antes de ser un referente de la narrativa argentina contemporánea ¿Quién era Maqueira? ¿Un periodista? ¿Un bloguero? ¿Un entusiasta? Un escritor. Aunque la pregunta correcta es: ¿Cómo escribía Maqueira?
    Rarities responde eso. Son textos pre Electrónica. No están editados ni corregidos. Es Maqueira en estado puro.
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    Ramiro Sanchiz hace años viene escribiendo una macronovela: libros que se conectan entre sí y relatan las aventuras de Federico
    Stahl. En ellos hay ciencia ficción, cultura pop y rock and roll. ¿Y en qué ícono histórico encontramos lo mismo? David Bowie. Entonces, no es extraño que el escritor uruguayo analice
    la influencia y el legado del cantante británico en David Bowie: Posthumanismo sónico. Podríamos pensar ¿otro libro más sobre el Duque Blanco? No es simplemente un libro, es un manifiesto. Sanchiz problematiza la noción del sujeto, individuo
    e identidad. Va más allá, a partir de la vida y obra de Bowie bucea en las profundidades de las vanguardias, los cambios culturales y los ¿límites? de la ficción. En el prólogo, Federico Fernández Giordano afirma “Los análisis de Sanchiz llegan del futuro. Como Bowie. Es esta una cualidad propia de los exploradores,
    la de trabajar siempre como avanzadilla, y que por eso mismo nosotros, sus lectores, debemos atender con urgencia.” Que así sea.
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    La escritura de Flor Defelippe es –por su maestría, su intensidad, su rabia, su sabiduría— una de las más hermosas que conozco. Su voz resplandece con la fulguración de lo que inexorablemente va a trascender su propio tiempo, va a iluminar a muchos, a muchas, porque quizás sea la falla en el fuego lo que quema, la llama que sabe que no va a durar y aun así resiste y no -como a veces solemos pensar— la llama plena, soberbia, que arde como si no fuera a terminar, como si no estuviera apagándose desde el mismo momento en que fue encendida.

    Claudia Masin
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    Hay en refracción un deliberado uso de la violencia. Llevar al lenguaje hasta sus extremos, a los contrasentidos que encierran las partes del todo. Sin resguardo, ni siquiera el de llegar a fin de página porque es irremediable lo que cae y se quiebra, lo que maldice y conjura. Y todo pasa veloz ardiendo sin construirse Rock o plegaria de quien se duele del mundo y se inmola en la pira del sacrificio. Estamos perdidos. No, no lo estamos si hay Otro que refracta nuestra luz. — Marisa Negri
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    En el centro del campo de concentración de Buchenwald, y a unos pasos del crematorio, se yergue el famoso roble de Goethe. Cuenta la tradición que contra su tronco el magno poeta social se sentaba con la señora von Stein a descansar, e inclusive que bajo su sombra escribió la “Noche de Walpurgis” del Fausto. Los nazis, al construir el campo, se negaron a voltearlo; muy por el contrario, lo dejaron en pie como orgulloso símbolo de su cultura e historia, y porque parece ser que, además, ese famoso roble estaba incluido dentro de la “Ley de Protección de la Naturaleza” vigente en ese entonces. Y claro, alrededor de él, casi a partir de él, construyeron uno de los campos más grandes de Alemania. La imagen es tan elocuente y tan tosca que, en un artículo, Joseph Roth escribió: “El simbolismo nunca ha estado tan barato como hoy en día”. Sobre dicho árbol se recuesta, desde mi punto de vista, el Woyzeck de Ricardo Ibarlucía.
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    Los poemas de Hotel Babel cargan con la densidad de un tiempo sin freno ni fin, porque se transita de manera cíclica. Tal vez porque su modo de construirse es infinito: como un juego de espejos, las obras que lo componen remiten, a su vez, a momentos o situaciones interrumpidas que se retoman más adelante, intentando completar algo inconcluso.
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    La escritura de Tsvietáieva abunda en contrastes, extrañas construcciones sintácticas sorpresivas y cortes constantes que la vuelven altamente fragmentaria. Esto evidencia dos cosas, entre muchas. Una: que esa forma es la expresión de su clarividencia, que es errática y no metódicamente ordenada. La coherencia de los textos surge de la continuidad en la percepción de Tsvietáieva que a todo mira con el mismo temple, con la misma sinceridad en los ojos. Uno, como lector, debe aprender a adoptar esta mirada extranjera. La segunda cosa que se evidencia: el Yo. Ciertamente, tantas inestabilidades textuales -queridas voluntariamente— sólo pueden sostenerse por la fuerza implacable del Yo. Es esa persona, femenina, con una fuerza ciclópea, con una pasión oceánica, la que puede enunciar el discurso, la que confía en que lo percibirá casi todo y que lo dirá luego en una lengua de su propia invención. ¿No es maravillosa esa fuerza? ¿Encontrarnos con una mujer que quiera decirlo todo, que quiera enunciar el corazón profundo, su centro fundamental? — Santiago Hamelau
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    Mixturada, evoca extrañas herencias en su tierra baldía, la voz poética de Alejandro Güerri. Funda su patria –contemporánea, en verso libre— en la incerteza del presente del mundo. Y para eso elige, huelga decirlo, una libertad compositiva que estalla de poema en poema.

    La realidad se derrumba de madrugada/ y el heroísmo es un sueño hermoso.

    Una voz que huye incómoda de la aseveración ligera, y planta bandera en una narratividad tensa que mina el campo de la lírica y da lugar a versos que parecen medidos en otras épocas. Bienvenido El pez que nada a esas aguas en el vórtice de su contemporaneidad donde se afirma la emoción es un verso.
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    “Desde chica mi vida había seguido la línea de una costura hecha sobre el lomo de un animal nervioso, sin que el peligro o la sombra del dolor importaran”. Pero ahora sí, importan. Y el descubrimiento de esa sombra, de ese peligro, es el núcleo de este libro.

    Trabajando sobre el engranaje de lo cotidiano, Paula Vázquez va más allá de los derrumbes de una vida. Matrimonios, días de infancia, la familia, el trabajo, son escenarios donde los personajes de La suerte de las mujeres atraviesan una transformación: la sensación de “algo que cambia de lugar en el pecho, como los colores en una vidriera con el cambio de las estaciones”. El secreto, por supuesto, está en los detalles: el azúcar en la sopa, la tardanza de un hijo, el imperceptible gesto deun empleador, esa frase oracular que dijo la manicura. Jugando con dos espacios que se superponen, lo femenino y el sur argentino, Paula Vázquez indaga la fuerza del azar, la fortuna y el instinto con una prosa de alta calidad, rítmica, sobria. Su ojo afilado capta con precisión el momento del salto, el límite sutil donde la vida se abisma. Ningún personaje sale indemne de un relato de Vázquez. Ningún lector. — Ana María Shua
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    La poesía de Jotaele Andrade se define en un verso de este libro: el zumbido de un insecto en la oscuridad de un cuarto donde estás solo. Y este zumbido es la propia respiración del poeta. Su forma temperamental de comunicarse con un idioma que nos incomunica con lo conocido. Porque su voz es demasiado propia, tan amenazante como inadvertida.
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    La de Vicente Luy es una de las obras poéticas más políticas en la escritura contemporánea argentina. Pero más importante es que es una de las mejores: “¿Por qué los secuestradores prosperan? ¿Por qué sonríen los diputados? Tienen plan. Vos no tenés plan”. Él lo tuvo: el trastorno obsesivo compulsivo por quitarse la vida. Como en una política de la verdad a medias y en medias, Luy paseó descalzo el pabellón de las atrocidades y paseó atroz el pabellón de los descalzos con las putas, con los locos y los guachos. Paseó y soñó: “Quiero escribir un poema que exprese mi pena y no hable de mí. Un poema épico que te pare la pija”
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    La poesía de Rita Gonzalez Hesaynes se despliega como una garra alada que clava sus uñas en el velo de lo real, que provoca una herida fundamental en el tiempo, donde las cronologías se cruzan, se metamorfosean, se comen unas a otras.
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    ¿Cuántas formas existen de dibujar un oasis en el desierto? ¿Cuántas hojas de palma abiertas, cuántas ramas secas confundiéndose en el paisaje? La poesía es un refugio / donde adentro siempre llueve, sentencia la voz que fuga en este libro. La voz fuga, sí: como en la preciosa raíz antigua del verbo, intenta en ráfagas de luz y noche demorada, espantar un mal que presiente propio. Un mal invisible ante el día de lxs otrxs, es un espejo partido en la propia lengua. En su filo, se adivina la puerta secreta: las palabras enhebran hojas y flores, en capas frágiles.¿Será suficiente?¿Es un resguardo en el tiempo, visitarse en la desmesura del pasado, medir con la boca del corazón la herida? En el latido la huella habla, conjura el mal y trae las nubes. Llueve, sí, llueve. El caudal del cielo se desboca. Las gotas humedecen la madera y el pasto arrasado. Hay viento. Agua en el refugio. Llueve, sí, llueve. Pero llueve en el desierto. Y ese es un principio.
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    En medio de la sordidez un pibe mata al padrastro a palazos. Así se inicia esta novela, de inmediato ambos, el pibe y la novela, huyen de la hiperinflación del realismo para entrar al entresueño de la noche. La fantasía, escuálida al principio, engorda frase a frase desde que entran a la casa del ser de los hermanos Iparralde. El edificio sonámbulo es una plataforma sin cimientos en permanente retoque por el poder anómalo de las mentes univitelinas de los presuntos nietos de Borges. Del hogar que parodia el ideal sarmientino con resultados lisérgicos, donde se mixturan la razón con el disparate, el cuarteto (novela, pibe, gemelos) saldrá con las patas para adelante, no sin antes realizar la gran tarea pedagógica: lograr que el muchacho rebase la desgracia emergiendo su cabeza de la resistencia ignorante y violenta a un espacio extra que siempre le pareció tan lejano como las estrellas y sin embargo estaba ahí, en lo vibracional de la invención.

    En la larga espera de una especie de aduana cósmica el grupo se entretendrá meditando sobre el peor de los inciertos avatares que le puedan ocurrir al hombre.

    La existencia humana como alucinación y el punto olivina y los cordones de zapatos invitan al lector a perderse en sus páginas, a intuir dónde está parado pero a no tener la menor idea de hacia dónde va.
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