El ritmo de la vida

El mundo social ya no está construido de una manera prometeica, a partir de la nada, solamente por el intelecto todopoderoso; se hace a partir de un real primario en el que participan los afectos, las emociones, los instintos. Todo ello traduce un orden, pero un orden movedizo, un orden que “implica” todos los estratos del individuo y de la comunidad.

Contra el mecanismo de la hegemonía racional que ha prevalecido en la historia progresista, toda la obra de G. Durand muestra la reversibilidad que está en la base del imaginario, a la que llama el “trayecto antropológico”. Se podría decir: el hombre en situación.

Hay que reconocer que estamos sometidos a la influencia del entorno, natural y social.

Incluso si uno está persuadido conscientemente de lo contrario, cada uno de nosotros forma parte integrante de un grupo y está contaminado por el espíritu colectivo

remite a ese individuo racional y autónomo, fundamento mismo del contrato social moderno.

ahí una energía específica, una energía que no se difunde en lo político sino que se encuentra “infusa” en la intensa banalidad de la vida cotidiana. El imaginario colectivo, al que podríamos llamar inconsciente, extrae su fuerza de este tesoro arquetípico. Se trata de una realidad objetiva que hace que, sin saber muy bien cómo, en la imagen publicitaria, en la postura coreográfica, incluso en la obscenidad de la telerrealidad se presente lo que se une a lo que es por naturaleza no representable.

En el presente eterno lo salvaje y el artificio se unen. La tecnología y los arquetipos hacen buena pareja. ¡Culturalización de la naturaleza, naturalización de la cultura!

Cultura, como dije ya, salvaje, natural, desordenada, donde lo que es se capta intuitivamente como “habiendo sido”. Cultura que retoma, aquí y ahora, esos elementos arcaicos del estar juntos que son, por ejemplo, el tribalismo y el nomadismo.

El lazo social se hace más carnal que cerebral. Se trata de otra forma de coherencia, de una concordancia con los demás y con el mundo que es “suprahistórica”: una especie de cohesión interna. El estar-juntos ya no experimenta la necesidad de darse una racionalización lejana, sea la del progreso social o la de un futuro paraíso celeste, sino que se vive en el instante. La repatriación del gozo es claramente la señal trágica y jubilosa del eterno retorno y de lo que Nietzsche llamaba “un carácter de eternidad y de estabilidad”.20

Son los “abismos”, característicos del inconsciente colectivo, los que hay que tomar en cuenta para aprehender las efervescencias, las irrupciones, las abstenciones, los desamores o las histerias repentinas que caracterizan a todos los fenómenos políticos, deportivos, festivos o cotidianos que abundan en los noticiarios. Estos abismos están poblados de fantasmas, de figuras maravillosas o aterradoras.