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Antonio González Paz

Vivir como un niño

  • Mily Sietecompartió una citahace 4 años
    El diálogo entre el Principito y el aviador era inviable. Hablaban el mismo idioma, pero para cada uno las palabras tenían un contenido semántico distinto. El chaval resumió con precisión la situación: «Hablas como una persona mayor», y así no hay forma de entenderse.

    Este diálogo imposible recuerda a algunos de los que aparecen en el evangelio de san Juan. Mientras la samaritana habla del agua que apaga la sed, Jesús lo hace de la que sacia el corazón (Jn 4,7-15); mientras los discípulos hablan de un alimento que quita el hambre, Jesús se refiere al sustento que da sentido a la vida (Jn 4,31-34); mientras Marta habla de la muerte, Jesús habla de la fe que da vida eterna (Jn 11,24-27); mientras Nicodemo habla del nacimiento del vientre materno, Jesús habla del que se hace del agua y del Espíritu...

    Mientras el Principito hablaba con el aviador, un dolor profundo le iba invadiendo. Se sentía realmente incomprendido. La congoja que le atenazaba el corazón acabó manifestándose en cálidas y abundantes lágrimas que rodaron por sus mejillas. Su impotencia le hizo sollozar convulsamente.

    Lo que no habían conseguido las palabras lo lograron las lágrimas. El piloto se sintió ridículo y desarmado. Tiró las herramientas y abandonando definitivamente el mundo de
  • Mily Sietecompartió una citahace 4 años
    LAS LÁGRIMAS DE UN PRÍNCIPE

    Gracias a la ovejita, el problema de los baobabs estaba solucionado: ella se los comería. Pero una nueva preocupación vino a turbar al Principito: podía comerse también la rosa, a pesar de las espinas... Para el piloto la única preocupación era arreglar cuanto antes la avería de su avión.

    El Principito expuso al aviador sus inquietudes:

    –¿Para qué sirven las espinas?

    Yo estaba cabreado con el tornillo y le respondí una tontería:

    –Las espinas no sirven para nada. Son expresión de la maldad de las flores.

    –¡No me digas!

    Guardó silencio y luego me espetó con cierto rencor:

    –No te puedo creer. Las flores son frágiles, inocentes. Se defienden como pueden. Se creen invencibles gracias a sus espinas.

    No le contesté. En ese momento me estaba diciendo: «Si este tornillo se sigue resistiendo lo haré saltar a martillazos». El Principito interrumpió una vez más mis pensamientos:

    –Crees que las flores...

    –¡No, hombre, no! Yo no creo nada. Te he dicho lo primero que se me ha pasado por la cabeza. Solo me ocupo de cosas importantes.

    Me miró desconcertado:

    –De cosas importantes...

    Me veía con un martillo en la mano, los dedos pringados de grasa, inclinado sobre un cacharro que le parecía horrible...

    –Hablas como una persona mayor.

    Me sentí un poco avergonzado (...).

    Se puso colorado y añadió:

    –Cuando alguien quiere a una flor de la que no existe más que un ejemplar en millones y millones de estrellas, le basta mirar al cielo para sentirse feliz. Se dice a sí mismo: «Mi flor está allí, por ahí arriba». Si una oveja se come esa flor, para él, es como si de pronto se apagaran todas las estrellas. ¡Y eso no te importa!

    No pudo seguir hablando. Estalló bruscamente en sollozos (...). Lo cogí en brazos. Lo achuché. Le dije: «La flor que tú quieres no está en peligro... Voy a dibujar un bozal para tu oveja, una protección para tu flor». No sabía cómo consolarlo, ni tranquilizarlo... ¡Es tan desconcertante el mundo de las lágrimas!

    EL DESCONCERTANTE MUNDO DE LAS LÁGRIMAS

    Los hombres no siempre estamos de acuerdo en lo que juzgamos como una cosa seria e importante. Para el aviador lo
  • Mily Sietecompartió una citahace 4 años
    No os ajustéis a este mundo, antes transformaos con una mentalidad nueva, para discernir lo que es bueno, aceptable y perfecto (Rom 12,2).

    Discernir lo que es mejor y quedaos con ello (Flp 1,10).

    Quizá si las Consejerías de Educación de las diversas Autonomías se concienciaran de la importancia de educar en la vigilancia y el discernimiento promoverían una campaña de nivel nacional advirtiendo: «¡Niños!, tened cuidado con los baobabs».

    LA PUESTA DE SOL

    Al Principito le encantaban las puestas de sol. Como su planeta era muy pequeño, le bastaba mover un poquito su silla para contemplarlas cuando le apetecía:

    El cuarto día por la mañana, me dijiste:

    –Me encantan las puestas de sol. Vamos a ir a ver una.

    –Tendremos que esperar...

    –¿Esperar a qué?

    –Esperar a que caiga la tarde.

    Al principio te quedaste muy sorprendido, y luego acabaste riéndote de ti mismo y confesando:

    –¡Me creía en mi tierra! (...).

    –Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces.

    Unos instantes más tarde añadiste:

    –Cuando uno está triste le gusta ver la puesta de sol.

    –¿Estabas muy triste el día que viste cuarenta y tres?

    El Principito no me contestó.

    LA MAGIA DEL ATARDECER

    La puesta de sol es, probablemente, uno de los momentos más hermosos de la jornada. Toda la creación va recogiéndose, perdiendo color y ensimismándose para despedirse de la luz.

    Al Principito le gustaban mucho las puestas de sol. Disfrutaba viendo el sol poniente, el cielo arrebolado y sintiendo en la piel la brisa de la tarde. Tanta belleza le sobrecogía y le esponjaba el corazón.

    En su pequeño planeta, un leve movimiento le permitía contemplar el crepúsculo todas las veces que quisiera. Extasiado ante tanta belleza era capaz de superar la tristeza.

    Difícilmente podríamos calcular la profundidad de su pena el día que vio cuarenta y tres atardeceres... Probablemente hasta el lector más adulto renuncie a intentarlo.

    El atardecer es también un momento privilegiado para encontrarse con Dios. Concluidos los trabajos de la jornada y an
  • Mily Sietecompartió una citahace 4 años
    Esta forma de conocer exige implicar a toda la persona en la relación. Supone acercarse al otro con la inteligencia abierta y todos los sentidos despiertos. Se re-conoce al otro por el timbre de su voz, por la luminosidad de su mirada, por la flexibilidad de su piel, por el sabor de sus caricias, por el olor de su presencia. Quizás por eso en la Biblia conocer es sinónimo de mantener relaciones sexuales con una persona ya que ese gesto debería implicar a toda la persona con otra hasta quedar fundidos en una sola carne (Gn 2,24).

    A este conocimiento se llega mediante la intimidad y comunión o se adquiere por intuición, trato, información, aprendizaje o deducción. Conjugando todo esto Saint-Exupéry descubrirá en el Principito a un amigo al que nunca se quiere olvidar. Por eso, a pesar de años sin dibujar, se comprará una caja de acuarelas e intentará retratarlo poniendo el corazón en los pelos de los pinceles.

    ¡CUIDADO CON LOS BAOBABS!

    Hasta el tercer día el aviador no conoció una de las fuentes de preocupación del Principito: la existencia de los baobabs. Eran una auténtica amenaza para la supervivencia de su pequeño planeta.

    Inesperadamente el Principito me preguntó, como preso de una duda angustiosa:

    –¿Es cierto que las ovejas comen arbustos?

    –Sí, es verdad.

    –Estupendo, ¡que alegría me das!

    No comprendía la importancia de que las ovejas comieran arbustos. El Principito agregó:

    –Por tanto ¿comen también baobabs?

    Le aclaré al Principito que los baobabs no son arbustos, sino árboles como castillos y que ni siquiera, aunque se llevara a su planeta una manada de elefantes, el rebaño sería capaz de arrancar un solo baobab.

    La idea de la manada de elefantes hizo reír al Principito:

    –Habría que ponerlos unos encima de otros...

    Luego dijo certeramente:

    –Al principio, los baobabs son pequeños...

    –Claro. Pero ¿por qué quieres que tus ovejas se coman los baobabs cuando son todavía pequeños?

    Él me re
  • Mily Sietecompartió una citahace 4 años
    EL ASTEROIDE B 612

    Prosiguiendo pacientemente sus investigaciones, el aviador llegó a la conclusión de que el planeta del que procedía el Principito era el asteroide B 612, descubierto por un astrónomo turco en 1909. Si aporta estos datos precisos es por los potenciales lectores adultos que leyeran su narración:

    Si os he contado estos detalles sobre el asteroide B 612, si os he dado su número, es por los adultos. A las personas mayores le gustan los números. Cuando les habláis de un nuevo amigo, nunca os harán preguntas sobre lo fundamental. Nunca os dirán: «¿Cómo es el timbre de su voz?, ¿qué juegos le divierten?, ¿colecciona mariposas?». Simplemente os preguntarán: «¿Qué edad tiene?, ¿cuántos hermanos son?, ¿cuánto pesa?, ¿gana mucho dinero su padre?». Solo así creen conocerle.

    Si dices a una persona mayor: «He visto una casa preciosa de ladrillos rojos, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado», nunca conseguirá imaginársela. Hay que decirle: «He visto una casa de un millón de euros». Entonces exclamará: «¡Qué bonita es!».

    Si le dices: «La prueba de que el Principito existió es que era encantador, que tenía una sonrisa deslumbrante y que quería una ovejita. Querer un ovejita prueba su existencia». Entonces se encogerá de hombros y te tratará como a un crío. Si le dices: «El planeta de donde procedía es el asteroide B 612», lo convencerás y no te molestará con preguntas insulsas. Las personas mayores son así. Qué le vamos a hacer. Los niños deben ser muy comprensivos con ellas.

    Los que verdaderamente entendemos la vida nos reímos de los números.

    UNA CASA DE LADRILLOS ROJOS

    Antoine de Saint-Exupéry prosiguió pacientemente intentando conocer al Principito. Para él, conocer no era un ejercicio meramente intelectual, propio de adultos, que creen conseguirlo sabiendo que el asteroide del que venía era el B 612, o que su planeta media 80 m2.

    Para él, como para los niños, conocer era tener una experiencia personal con al‍
  • Mily Sietecompartió una citahace 4 años
    Enséñame tu gloria (Ex 33,18).

    ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? (Sal 41,3).

    Te busco de todo corazón (Sal 118,10).

    Quizás el texto más revelador es el que recoge el libro del Éxodo. Moisés, después de haber obedecido a Dios sacando a su pueblo de Egipto, manifiesta al Señor el deseo de conocerle profundamente, de ver su rostro, de contemplar su gloria. La respuesta es:

    Mi rostro no lo puedes ver, porque nadie puede verlo y quedar con vida. Ahí, junto a la roca, tienes un sitio donde ponerte; cuando pase mi gloria te meteré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi palma hasta que haya pasado, y cuando retire la mano podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás (Ex 33,20-23).

    El texto es muy expresivo. Ante el deseo tan humano de conocer el misterio de Dios, de ver su rostro, la respuesta del Señor es clara: mientras el hombre esté en esta vida no puede verlo de frente porque eso significaría conocer su acción. Tiene que conformarse con ver su espalda una vez que ha pasado por su vida. Es decir, Dios es libre para revelarse a quien le plazca y se le conoce por sus obras, signos de su
  • Mily Sietecompartió una citahace 4 años
    ¿DE DÓNDE VIENES?

    El Principito era muy celoso de su intimidad. El aviador pudo ir desvelando su misterio poco a poco, reuniendo datos sobre su nuevo amigo, aprovechando pacientemente cualquier conversación.

    Así descubrió su procedencia cuando el Principito se interesó por su avión:

    Cuando él descubrió mi avión me preguntó:

    –¿Qué es ese cacharro?

    –No es un cacharro. Es un avión. Sirve para volar. Es mi avión.

    Me sentía orgulloso de hacerle saber que yo volaba. Entonces exclamó:

    –¿Qué me dices? ¡Has caído del cielo!

    –Sí –contesté humildemente.

    –Vaya, que diver...

    El Principito soltó una carcajada que me molestó mucho. Me gusta que se tomen en serio mis desgracias. Luego agregó:

    –Qué coincidencia: tú también vienes del cielo.

    El aviador descubrió también algunos datos sobre el planeta del que procedía el Principito en otra conversación posterior, en la que el aviador le prometió darle una cuerda y una estaca para atar a la ovejita:

    La oferta le chocó al Principito:

    –¿Atarla? ¡Qué ideas más raras tienes!

    –Si no la atas se podrá escapar y perderse.

    Mi amigo soltó una nueva carcajada.

    –¿Adónde quieres que vaya?

    –¡Yo qué sé! Irá hacia adelante, por derecho...

    El Principito comentó con tono serio:

    –¡No importa! Mi país es tan pequeño...

    Y añadió, quizás con un deje de melancolía:

    –Caminando hacia adelante y por derecho no llegará muy lejos.

    ABRIRSE AL MISTERIO

    Abrirse con un corazón de niño al Misterio –al misterio del otro, al misterio de Dios– despierta inevitablemente el deseo de conocerlo. No se trata de una curiosidad malsana y enfermiza, sino de la voluntad de ir progresivamente penetrando en lo impenetrable para amarlo más. Este conocimiento es lento y progresivo: hay que saber esperar, a veces, mucho tiempo.

    El aviador deseaba conocer a su compañero. Aprovechaba cualquier ocasión para interrogarle: «¿De dónde vienes?, ¿dónde está tu país?, ¿adónde quieres llevar a mi ovejita?». El Principito rehuía sistemáticamente facilitarle los datos. Era
  • Mily Sietecompartió una citahace 4 años
    Durmió como pudo en ese océano de arena donde la compañía es un espejismo, el agua un tesoro, la vida un misterio. En una soledad absoluta, inmerso en «un silencio ondulado», como diría García Lorca, su sorpresa fue mayúscula al ser despertado, al alborear el día, por una voz cristalina.

    El dueño de aquella voz era un chaval que misteriosamente había aparecido a su lado y que pedía, sin más explicaciones, su colaboración: «píntame una ovejita».

    Cuando el misterio –el misterio del hombre, el misterio de Dios– se hace presente en nuestra vida caben dos posibilidades: reaccionar como un adulto o como un niño. En el primer caso se acude a la cabeza intentando racionalizar la experiencia y buscar una explicación lógica y coherente. En el segundo uno se deja envolver por él y entra en el juego.

    El aviador, que era un hombre con un corazón de niño, optó por la segunda vía. Se dejó sorprender y entró en diálogo con él. Se acercó, con el corazón sobrecogido, los ojos muy abiertos y los pies descalzos, a un misterio que le sobrepasaba y que le exigía una respuesta inmediata: Olvidando sus limitaciones personales empezó a dibujar una oveja...

    Su experiencia recuerda a la de Moisés:

    Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró, sacerdote de Madián; llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar al Horeb, el monte de Dios. El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Al fijarse, vio que la zarza estaba ardiendo pero no se consumía.

    Moisés se dijo: «Voy a acercarme para contemplar esta maravillosa visión, y ver por qué no se consume la zarza».

    Dijo Dios:

    –No te acerques. Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.

    Moisés se cubrió el r
  • Mily Sietecompartió una citahace 4 años
    Ante la insistencia del Principito, el aviador se aventuró a pintar una ovejita. A su nuevo amigo la primera le pareció enferma, la segunda un carnero, la tercera demasiado vieja. Cansado y urgido por las prisas por arreglar el avión, buscó una alternativa cuyas consecuencias nunca pudo prever:

    Como tenía prisa por comenzar a desmontar el motor del avión, perdí la paciencia y garabateé este dibujo. Se lo pasé:

    –Ahí tienes la caja. La oveja que quieres está dentro.

    Me quedé sorprendido al ver iluminarse el rostro de mi joven juez:

    –¡Es exactamente lo que quería! ¿Crees que esta oveja comerá mucha hierba?

    –¿Por qué?

    –En mi país todo es muy pequeño...

    –Habrá suficiente. Te he regalado una oveja muy pequeña.

    Él se inclinó sobre el dibujo:

    –No tan pequeña... ¡Mira! se ha quedado dormida...

    Y fue así como conocí al Principito.

    PÍNTAME UNA OVEJITA

    Antoine de Saint-Exupéry, en uno de sus viajes en solitario sobrevolando el desierto del Sahara, tuvo un avería en los motores y se vio obligado a tomar tierra a más de mil ki
  • Mily Sietecompartió una citahace 4 años
    Me levanté de un salto, como si hubiera sufrido una descarga eléctrica. Me froté los ojos. Miré atentamente y vi a un chavalillo que me observaba con mucha atención (...).

    Miré la aparición con los ojos como platos, cargados de asombro. No olvidéis que estaba a mil kilómetros de cualquier población. El chaval no daba la impresión de estar perdido, ni muerto de cansancio, ni muerto de hambre, ni muerto de sed. Nada en él evidenciaba que era un niño perdido en medio de un desierto a mil kilómetros de cualquier tierra habitada. Cuando conseguí articular palabra, le dije:

    –Dime... ¿qué haces aquí?

    Él me repitió lentamente, como si se tratase de algo muy importante:

    –Por favor... píntame una ovejita.

    El aviador, que no había vuelto a hacer ningún dibujo desde su infancia, confesó su dificultad para pintar una oveja. Ante la insistencia del Principito tuvo una idea ingeniosa:

    Como nunca había pintado una oveja, volví a dibujar uno de los dos únicos dibujos de los que soy capaz: el de la boa cerrada. Me quedé de piedra cuando el chaval me dijo:

    –¡No! ¡no! No quiero un elefante dentro de una boa. Las boas son peligrosas y los elefantes enormes. Mi país es muy pequeño. Necesito una oveja. Píntame una ovejita.
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