Por razones de conveniencia al primero y al más corriente lo llamaremos el ayuno natural. Lo que está involucrado en este tipo de ayuno puede notarse con toda claridad en la primera mención que el Nuevo Testamento hace del ayuno: Jesús ayunó . . . y después tuvo hambre. Esto significa que se abstuvo de toda clase de comida, ya fuera sólida o líquida, pero no de agua. A través de los detalles que tenemos resulta claro que el ayuno de nuestro Señor fue de esta clase.
La Escritura nos dice que “no comió nada”, Lucas 4:2, pero no se refiere a que no bebiera. Y continúa el relato bíblico: “tuvo hambre”, pero no menciona que tuviera sed. Aunque los dolores provocados por la sed son más intensos que los producidos por la necesidad de comer, Satanás no lo tentó para que bebiera sino para que comiera. Todo ello nos sugiere que su ayuno fue de abstención de comida, pero no de líquidos. Es más, nuestro organismo no podría sobrevivir cuarenta días sin ingerir líquidos a no ser que fuera sustentado en forma sobrenatural.
No hay nada que nos sugiera que el verdadero ayuno implique también el no dormir. Dios puede llamarnos a que no durmamos por un breve espacio de tiempo, tal como pasar una noche sin dormir. Pablo se refiere a “desvelos” como algo distinto de “ayunos”, 2 Corintios 6:5; 11:27. Si el no dormir fuera esencial para el ayuno, no sería posible llevar a cabo un ayuno prolongado a no mediar una intervención sobrenatural. El cuerpo reclama dormir antes que beber, y de no hacerlo, tarde o temprano sucumbiría y así, aunque involuntariamente, terminaría el ayuno.
El ayuno natural, por lo tanto, involucra abstenerse de toda forma de comida pero no de agua y debe distinguirse de las otras dos clases de ayuno, el total y el parcial, los que consideraremos en los próximos capítulos.
1 En griego nesteuo, de ne, un prefijo negativo y esthio, comer.