En el fondo solo quería una cosa, oír sus voces, aunque hubiera pocas probabilidades de que las reconociera, tener una prueba física, sensible, de que existían. Como si necesitara que siguieran vivos para seguir escribiendo. Necesidad de escribir sobre algo vivo, bajo el peligro de lo vivo, no en la tranquilidad que procura la muerte de la gente, devuelta a la inmaterialidad de los seres ficticios. Hacer de la escritura una empresa insostenible. Expiar el poder de escribir —no la facilidad, nadie tiene menos que yo— por el fabulado espanto de las consecuencias