Catherine Millet

Celos

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Una vez más asume la autora el reto de escribir su peculiar educación erótico-sentimental, en un vertiginoso viaje a la interioridad femenina y al infierno de los celos. Todo empieza cuando Catherine descubre que Jacques Henric también goza de una rica vida sexual… pero con otras mujeres. Unas fotografías, la lectura de algunas páginas de un diario íntimo, desencadenan un viaje a través del tiempo de la relación amorosa, contaminando el presente y el futuro de la pareja. Conforme Millet, poseída por los celos, avanza en el registro de los papeles de su marido y progresa en su búsqueda de angustiosas certezas, se suceden las crisis de ansiedad, las pesadillas y el llanto, y poco a poco se instala en el sórdido espacio de la obsesión, la de reconstruir con la fantasía todos los detalles de «la vida sexual de Jacques H.». «Claridad, elegancia y matices que evocan en algunos pasajes las Cartas de amor de la monja portuguesa, o Las relaciones peligrosas>» (Jérôme Garcin, Le Nouvel Observateur); «La fascinante confesión de una mujer que no es ni tan impasible ni tan cínica como nos pudo hacer creer en La vida sexual de Catherine M. ¿Y acaso esto nos conmueve? No, ha llegado nuestro turno de ser francos: nos encanta, y nos tranquiliza» (Bernard Pivot, Journal du Dimanche).
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205 páginas impresas
Publicación original
2010
Año de publicación
2010

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Citas

  • Xochitl Meseguercompartió una citahace 3 años
    La prisionera que tanto había esperado su libertad, y que se había acostumbrado a proyectarse en un futuro hipotético, no creía en la existencia del carcelero que, cuando acababa de pronunciarse una sentencia terrible, le abría la puerta; por reflejo, se refugiaba en el fondo de la celda.
  • Xochitl Meseguercompartió una citahace 3 años
    Le oí repetir: «¿Qué he hecho? ¿Pero qué he hecho?...» Tenía la página en la mano. Se acercó a mi lado. Su cara era tan vaga como una figura de sueño. De hecho, yo asistía a la escena desde el mismo lugar indefinido que se ocupa en un sueño, por una parte omnisciente, por otra incomunicable. Sobre todo le oía. Decía que nunca debería haberlo hecho, que lo sabía, «además, mira...»; percibí que rompía la hoja. Tuvo que acuclillarse, por fuerza, para ponerse a mi altura, cogerme las manos o los brazos, pero yo estaba tan lejos que no sentí el contacto. No tenía siquiera la sensación de mi propia presencia. Era como si él hubiera interpretado la escena solo, delante de un charco de ácido que gradualmente hubiera devorado la realidad. Pregunté: «¿Va a venir Jacques...? ¿Va a venir alguien?»
  • Xochitl Meseguercompartió una citahace 3 años
    La razón no se manifiesta al principio mediante el razonamiento, sino por medio de lo que parece ser su opuesto, los automatismos que inducen a alguien sumido en una gran desgracia, un duelo, una enfermedad grave, a no disminuir su cuita o su angustia con reflexiones metafísicas, sino organizando los desplazamientos de su cuerpo entre los objetos que le rodean, pensando metódicamente en el lugar que cada uno ocupa –por ejemplo, ponerse a limpiar la casa–, o aprendiendo o reaprendiendo a nutrir su cuerpo, como si debiese volver a recorrer el trayecto de la conciencia humana desde los primeros actos de supervivencia.

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