Cuando, después de gobernar con mano dura durante algunos años, el pueblo añore, una soberanía más moderada, entonces será el momento de sacar a un monarca apacible y benevolente a quien ellos puedan idolatrar. Es como educar a un perro: primero se pone en manos de un amo muy duro, y después, cuando ya se le ha sometido a las pruebas más rigurosas, se entrega a una persona amable a quien servirá con la mayor lealtad y devoción”.