Pero no tenía nada que la ayudara a imaginarlo muerto. Sin hechos –una fecha, una causa de muerte, un funeral, una tumba o cualquier sentimiento discernible– Susan «no podía acabar de creer» que él hubiese fallecido. «Me parecía de lo más irreal. No tenía ninguna prueba de que hubiese muerto, y durante años soñé que se presentaba en casa un buen día.» Esta fantasía evolucionó hasta transformarse en el «tema de la falsa muerte» que Susan descubrió en su propia obra: la aparición recurrente de giros milagrosos y «fantasmas que se aparecían de pronto a los vivos, como esas cajas de sorpresas llamadas Jack-in-the-box».