adie supo nada y aquello se apagó hasta que, un año después, un sonido igual de estruendoso, pero menos inmaterial, hizo volcarse el café a varios que desayunaban aquella mañana, también invernal. En cuestión de segundos, las ventanas de las torres que daban al estacionamiento de la parte norte se fueron llenando de siluetas que miraban desde los vidrios empañados al Fiat Uno en llamas