Muy pocas personas trabajan las ocho horas del día de manera constante. Con suerte, logran trabajar bien unas pocas horas entre reuniones e interrupciones y el tiempo dedicado a navegar en la Red, cumplir con políticas de la oficina y hacer cosas personales.
Tener un menor número de horas laborales oficiales contribuye a eliminar la capa de grasa de la semana laboral típica. Cuando se dispone de menos tiempo para hacer el trabajo, se respeta más ese tiempo. La gente se vuelve más avara con su tiempo y eso es algo bueno, porque no lo gasta en cosas sin importancia. Cuando uno tiene menos horas, suele gastarlas con más cuidado[5].