La historia se encuentra, hoy, ante responsabilidades temibles pero al mismo tiempo exaltantes.
Sin duda, porque siempre ha dependido, en su ser y en sus transformaciones, de condiciones sociales concretas. «La historia es hija de su tiempo.» Su preocupación es, pues, la misma que pesa sobre nuestros corazones y nuestros espíritus. Y si sus métodos, sus programas, sus respuestas ayer más rigurosas y más seguras, y sus conceptos fallan todos a la vez, es bajo el peso de nuestras reflexiones, de nuestro trabajo, y, más aún, de nuestras experiencias vividas.