Eso era su familia ahora: unas cuantas conversaciones por Skype, algunos e-mails, su rutina de comprar regalos e ir al correo cada dos semanas. Y, su país, su país era un solo día: el día de las embajadas. El resto de la vida se le antojaba como una tela en blanco, un mundo donde nada la unía a nada, sin historia, sin pasado. Y eso, aunque sonaba algo triste, era un alivio.