«Tomás me hace reír. Y esa razón es suficiente. ¿Para qué? No lo sé bien. Este tipo tiene algo, quizá una intención o un deseo de acercarse a nosotros, los humanos, para modificar un poco nuestra cruda existencia y elucubrar a favor de nuestra felicidad, aunque sea por un rato. ¿Para qué? Tal vez la experiencia de diagnosticar al espectador que todos tenemos los mismos problemas sea algo revelador. Tomás es un maestro en eso, tiene un doctorado en ello. Y cuando se le ocurre ese diagnóstico, se ríe desde adentro hacia afuera, como si cada ocurrencia fuese una implosión.
Le brillan los ojos, como si tuviera un plan. Uno brillante y sanador. Verlo en ensayo, cuando se le ocurre algo y le da la mano a esa idea, entrando en una borrachera de pensamientos hasta dar con la más certera, la que más se acerca a lo que todos pensamos, es increíble. Hace algo público que contiene una extrema intimidad. Lo charla uno a uno, con cada espectador. Celebra poner en valor lo ridículo, algo que ve por todas partes. Es como un tren fantasma en el que estás a salvo… pero dudas si es seguro o no. Te organiza un cuento, y vas perdiendo temporalmente la memoria hasta reírte como un niño. Te dan ganas de gritarle cosas, de lanzarle lo que tienes a mano, y de abrazarlo al final.
Ya no sé si creo en la figura del payaso y todo eso que se organiza en academias, teatros y circos. Creo en personas que saben cómo sacarnos del laberinto de las horas y que nos hacen, instantáneamente, estar contentos. Estar en el presente. Eso hace Tomás con el humor. Fabrica presente. Me gusta pensar y decir que reírnos es la cancelación del tiempo, tal como nos lo enseñaron. Tomy logra detener el proceso del marchitamiento. Lo hace rescatando esta pavada monstruosa que hoy llama Irse en la espuma» (Toto Castiñeiras).