Bonsái

«Para los jóvenes, la literatura fue como un remezón y respondimos a ese remezón con fanatismo. Y digo fanatismo, queriendo decir fanatismo: confiamos mucho en los libros y no hay que confiar tanto. A los personajes de Bonsái les pasa que “compran”, creen el cuento y el mundo los deja hablando solos.»

Cualquiera puede preguntarse: ¿qué pasó? Y la respuesta que tiene Bonsái es simple y brutal: pasó la vida.

Con esa imposición, con ese cambio de reglas –eran dos, ahora es una–, el lector experimenta un doloroso despertar o un desengaño: el mismo que se siente en la vida real cuando el hechizo se rompe al comprender que el sujeto del que uno se ha enamorado en puro presente –con él o ella quiero hacerlo todo–, y con proyección al futuro –que sea para siempre–, tiene un pasado. Y se sabe: en el pasado habitan monstruos.

Es Andrés quien se queda, y le resume malamente una historia muy larga que nadie conoce bien, una historia común cuya única particularidad es que nadie sabe contarla bien.

Ser joven es una desventaja, no una cualidad.

Rápidamente aprendieron a leer lo mismo, a pensar parecido, y a disimular las diferencias. Muy pronto conformaron una vanidosa intimidad. Al menos por aquel tiempo, Julio y Emilia consiguieron fundirse en una especie de bulto. Fueron, en suma, felices. De eso no cabe duda.

de Emilia y Julio fue una relación plagada de verdades, de revelaciones íntimas que constituyeron rápidamente una complicidad que ellos quisieron entender como definitiva.

Con el tiempo, que no fue mucho pero fue bastante, se confidenciaron sus menos públicos deseos y aspiraciones, sus sentimientos fuera de proporción, sus breves y exageradas vidas.

Cuando Julio se enamoró de Emilia toda diversión y todo sufrimiento previos a la diversión y al sufrimiento que le deparaba Emilia pasaron a ser simples remedos de la diversión y del sufrimiento verdaderos.

aquella noche ambos descubrieron las afinidades emotivas que con algo de voluntad cualquier pareja es capaz de descubrir.