El Museo de la Rendición Incondicional

El bolso siguió siendo el almacén central de los recuerdos.

Cuando Brigitte dice que se va a morir, suena muy muy convincente.

Los nombres femeninos en el título prometían de antemano un destino con el que podría identificarse y comparar su vida con la de la heroína de la novela.

Tú me escribes a mí para ti, y yo escribo sobre mí, para ti», dice la «rosada y rellenita» Alya, la destinataria de las cartas de amor de Víktor Shklovski.

(«Ellos son italianos», decía mamá, aunque yo no tenía claro qué significaba eso.)

Mi hijo no me llama, así que de lo del cementerio otra vez nada. No entiendo cómo no tiene, por lo menos, sentido del deber. Tendré que ir sola y arreglar la tumba. Así es como me olvidarán a mí también, igual que los dos han olvidado a su padre, Bubi tampoco es mejor. Qué triste.

Mañana de nuevo comeré sola, no soporto comer sola los domingos.

Me duele la garganta, tendría que ir al médico, pero no me apetece. Últimamente todo me da igual, siempre estoy cansada, tengo sueño, temo volver a deprimirme, me parece que todos los síntomas son los mismos que hace ocho años, pero entonces tenía motivo, ¿y ahora? ¿Cuál es ahora el motivo? ¿Ocio, vacío existencial, qué? Es mejor no filosofar porque será peor. Pero en qué pensar sino en el pasado. Futuro no tengo

Hoy es el cumpleaños de mi hijo, tiene treinta y dos años, y todavía es un niño grande. Cuándo crecerá, no lo sé. Le he comprado un regalo modesto, para uno caro no tengo dinero. Pero por eso he hecho un pastel, vendrá el domingo

Hace dos meses que no se levanta la niebla y tampoco hace sol. El aire es mortífero. No tengo ganas de nada. Esta mañana me he despertado a las cinco, he puesto la radio para que sonara bajito, he estado escuchando durante un largo rato y he vuelto a dormirme. Me he levantado, a pesar de todo, a las nueve, he ido al mercado y he comprado lo que necesitaba, me he gastado cinco millones, de esos cinco millones lo único que vale es un kilo de carne, lo demás son pequeñeces. No debería ir a la compra todos los días, sino cada tres días. Tengo miedo de cómo viviremos

La función de Kabakov había tirado del hilo de una vaga desgracia, de un trauma común de Europa del Este que había dentro de mí. «Los traumas adquiridos durante los años de formación nunca se olvidan», dijo una conocida mía, y añadió: «Algunos lo llaman nostalgia».