Se sentía ligera y libre mientras bailaba al ritmo de la música. Se maravilló por el hecho de que hubiera dejado alguna vez que Bret Bardoff interfiriera en su vida. La sala parecía dar vueltas al ritmo de la música y la llenaba con una desconocida sensación de euforia. Paul le dijo algo al oído que ella no pudo comprender, por lo que se limitó a suspirar como respuesta.
Cuando la música se detuvo, una mano la tocó en el brazo. Se giró y se encontró con Bret al lado de ella.
–¿Acaso quieres tú bailar ahora conmigo? –preguntó ella mientras se apartaba el cabello del rostro.
–Marcharme es más bien lo que tenía en mente –la corrigió él. Entonces, empezó a tirarle del brazo–. Y tú también.
–Sin embargo, yo no deseo marcharme –dijo ella–. Es muy temprano y me estoy divirtiendo.
–Eso ya lo veo –replicó él, sin dejar de tirar de ella–, pero nos vamos de todas formas.
–No tienes que llevarme a mi casa. Puedo tomar un taxi yo sola. O tal vez Paul pueda llevarme.
–Y un cuerno –rugió él mientras la arrastraba entre la multitud.
–Quiero bailar un poco más –repuso Hillary. Entonces, se dio una rápida vuelta y se chocó de pleno con el torso de Bret–. ¿Quieres tú bailar conmigo?
–Esta noche no, Hillary –suspiró. Entonces, miró atentamente a Hillary–. Supongo que tendré que hacer esto del modo más difícil.
Con un rápido movimiento, se la echó al hombro y comenzó a abrirse paso entre los asistentes a la fiesta, que los observaban completamente atónitos. En vez de llenarse de indignación, Hillary empezó a reírse.
–¡Qué divertido es esto! Mi padre solía llevarme así.
–Genial.
–Por aquí, jefe.
June estaba al lado de la puerta con el bolso y el chal de Hillary en las manos.
–¿Tienes ya todo bajo control?
–Lo tendré –respondió él mientras salía del apartamento.
Sacó así a Hillary del edificio y la dejó sin ceremonia alguna en su coche.
–Ya está –le dijo–. Ahora, ponte esto.
–No tengo frío –replicó ella. Entonces,