Antes me desagradaban los viernes; ahora cualquier día era malo. Desde que Víctor ya no vivía con nosotros -conmigo— los lunes se parecían a los sábados. La única diferencia en mi vida era que tenía muy presente el sabor de los labios de aquel hombre y que por su cobardía no había vuelto a probarlos.
El miedo a que nuestros padres se enteraran de lo nuestro lo había llevado a pedirle a su mejor amigo que me sedujera…
¿Qué podía pasar si llegaban a conocer lo que había pasado mientras ellos trabajaban?
Por eso, cuando por fin Víctor no pudo controlarse y me acorraló en el baño, entre sus besos se le escaparon estas palabras:
— Tus padres van a matarme…
Y a mí, que en ese momento sólo me importaba el rumbo que habían tomado sus manos, le respondí:
— Para eso tienen que enterarse…
Porque, a pesar de todo, aún seguía siendo su hermano…