no era lo mismo desarrollar la conciencia, es decir, darme cuenta de mis pensamientos y emociones, que permanecer presa de un circuito interminable de sobreanálisis, cavilaciones y preocupación en el que llevaba décadas dando vueltas. Ser consciente significa nada más que llevar la atención a algo, observarlo, verlo; no significa pensar. A través de la práctica de mirarme conscientemente, de ser una observadora neutral de mis procesos mentales, empecé a verme como una entidad separada de los pensamientos repetitivos que me habían consumido durante años, así como de las emociones y comportamientos habituales que los acompañaban.