Dios mío. Elizabeth… –balbuceó.
Ahí estaba él en la gigantografía en escala de grises, con la espalda desnuda, sentado en el suelo delante de la ventana de nuestra sala. Su rostro estaba de perfil, con la cabeza inclinada hacia el hombro izquierdo, y así, su nariz respingada se veía preciosa. Detrás del hombro se asomaban la frente y los ojos de Devin; parecía que miraba a la cámara. El cuerpo de nuestro bebé de apenas siete días descansaba sobre el pecho de Jayden, escondido para los ojos del espectador