ningún hombre me conmovió – hasta que la marea
cubrió mis inocentes zapatos,
llegó hasta mi delantal – hasta mi cinturón,
traspasó mi corpiño –
fingió que iba a devorarme –
totalmente, como el rocío
sobre un macizo de verbenas –
entonces – yo también me volví –
y él, él – me siguió – de cerca –
sentí su tacón de plata
contra mi tobillo – luego mis zapatos
desbordaron de perlas –
hasta que llegamos al pueblo en tierra firme –
parecía no conocer a nadie –
e inclinándose – me miró intensamente –
el mar – se retiró –