La primera novela de Matayoshi es una fruta madura, alucinada y obscena. Un cuadrilátero donde nuestras ambiciones copulan con las limitaciones de nuestro cuerpo. Sin conformarse con lo extraordinario, su imaginación radioactiva siempre da otro salto hacia la belleza, en un territorio habitado por dioses, máquinas y fósiles vivos que siguen con nosotros, incluso después de cerrar el libro.
La sombra de las ballenas, de Cynthia A. Matayoshi, está escrita como si no existiese un narrador, una conciencia, y la voz llegara desde cualquier parte: del viento, del neón reflejado en un charco, de debajo de las piedras. Seres humanos y fantasías conviven en una realidad que parece crearse a cada palabra, donde las fantasías proveen a los humanos de deseo, una droga tan adictiva como mortal si se consume en la dosis equivocada.
Su mundo se despliega como en un animé de Miyazaki. A través de la literatura, Matayoshi consigue recrear esa estética, esa poética, ese extrañamiento ante imágenes que muchas veces tienen significados indecibles. Su lectura produce un efecto cinemático, de movimiento “real”, que sincroniza perfectamente con el tiempo en que se suceden las acciones. De esta forma la escritura despega, y la autora logra desaparecer.