Cualquier poder, cualquier gobierno con vocación de serlo, lleva impreso el germen de una revolución. Como si los seres humanos tuviesen una cuota de sumisión que se agota. Luego, la rebelión. Las alas que se expanden. El hombre queriendo tocar ese más allá. El brazo, tan lejos, tan cerca. Tan posible soñar. Imaginar, por ejemplo, que algo tan pequeño como una gota de agua encierra todo el paisaje. Que es eso y todo lo demás. Porque el mundo cabe en una palma y las ganas de emanciparse forman parte de su columna vertebral.