«En casa siempre nos enseñaron que tuviéramos el mismo respeto por todas las personas por igual», cuenta Daniel, su hermano menor. «Éramos una familia sencilla donde se fomentaba que fuéramos genuinos, sin máscaras. Se valoraba el esfuerzo y papá predicaba con el ejemplo, trabajando de sol a sol. Mamá aportaba la ternura, la incondicionalidad para con sus hijos. Eso se traducía en que todos los amigos preferían venir a casa, siempre eran bienvenidos, y por eso la casa era una romería de gente, con cinco hermanos, cuatro de ellos varones. A su vez Numa encarnaba bien el lema del colegio al que íbamos, “ut serviam”, “para que yo sirva”, o ese otro que