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Vladimir Nabokov

Habla Memoria

  • Mauricio Ortega Ortizcompartió una citahace 4 años
    multitud de pliegues y efectos de sombra.
  • Mauricio Ortega Ortizcompartió una citahace 4 años
    La melancólica dulzura de sus modales compensaba las limitaciones de su talento.
  • Mauricio Ortega Ortizcompartió una citahace 4 años
    producía un gorgoteo y un engullimiento bellamente modulados y discretamente asordinados.
  • Mauricio Ortega Ortizcompartió una citahace 4 años
    Al final de la escalera, levantaba automáticamente el pie al oír el engañoso aviso, «Escalón», y entonces, con una momentánea sensación de exquisito pánico y una brusca contracción muscular, el pie se hundía en el fantasma de un peldaño, acolchado, por así decirlo, con el material infinitamente elástico de su propia existencia.
  • Mauricio Ortega Ortizcompartió una citahace 4 años
    avanzan ahora a la deriva, deslizándose en cámara lenta, por el más remoto telón de foro de la memoria; y, como el loco alfabeto de los oculistas, las letras de mi gramática se elevan portentosas ante mí.
  • Mauricio Ortega Ortizcompartió una citahace 4 años
    Cierta sensación de seguridad, de bienestar, de calor veraniego empapa mi memoria.
  • Mauricio Ortega Ortizcompartió una citahace 4 años
    Je suis triste et seul comme une bylinka v pole [tan triste y solitario como una «hoja de hierba en un campo»].
  • Mauricio Ortega Ortizcompartió una citahace 4 años
    Pour mon neveu, la chose la plus belle du monde: une feuille verte.
  • Mauricio Ortega Ortizcompartió una citahace 4 años
    porque ya estaba en camino: un parto doloroso, un bebé difícil
  • Mauricio Ortega Ortizcompartió una citahace 4 años
    Cada vez que los veo en mis sueños, los muertos parecen silenciosos, preocupados, extrañamente deprimidos, muy diferentes a su querida y alegre forma de ser. Los encuentro, sin el menor asombro, en lugares que jamás visitaron durante su vida terrena, en casa de algún amigo mío al que nunca llegaron a conocer. Se sientan aparte, mirando ceñudos al suelo, como si la muerte fuese una oscura mancha, un vergonzoso secreto de familia. No es desde luego entonces —no es en los sueños— sino en plena vigilia, en momentos de robusta alegría y de triunfo, en la más elevada terraza de la conciencia, cuando la mortalidad aprovecha la ocasión para mirar más allá de sus propios límites, desde el mástil, desde el pasado y el torreón de su castillo. Y aunque apenas puede vislumbrarse nada por entre la niebla, tengo en cierto sentido la bendita sensación de que miro hacia donde debo mirar.
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