La manzana en la oscuridad

Y la noche era un elemento en el que la vida, porque se había vuelto extraña, era reconocible.

Pero él lo sabía: ella no lo perdonaría nunca. Eso no era algo que se dijese, pero era algo que estaba pasando y no sería la ausencia de palabras lo que haría que lo que existía dejase de existir

He conseguido la experiencia, que es eso para lo que nacemos

toda historia de una persona es la historia de su fracaso.

¡La verdad fue hecha para existir!, y no para que la sepamos. A nosotros solo nos compete inventarla.

Pero, sin exagerar, ¿cómo vivir? ¿Cómo obtener algo, sin exagerar? La exageración era el único tamaño posible para quien es pequeño; necesito exagerar, sino ¿qué hago con mi pequeñez?

«¡Solo no entiende quien no quiere!», pensó osado. Porque entender es una manera de mirar. Porque entender, además, es una actitud. Como si ahora, tendiendo la mano en la oscuridad y cogiendo una manzana, él reconociese en sus dedos tan deformados por el amor una manzana. Martim ya no preguntaba el nombre de las cosas. Le bastaba con reconocerlas en la oscuridad. Y con alegrarse torpemente.

¿Y después? Después, cuando saliese a la luz, vería las cosas presentidas con la mano, y vería esas cosas con sus falsos nombres. Sí, pero ya las habría conocido en la oscuridad como un hombre que ha dormido con una mujer.

había un modo de entender que no necesitaba explicación. Y que venía del hecho final e irreductible de estar en pie, y del hecho de que otro hombre también tuviera la posibilidad de estar en pie, porque con ese mínimo de estar vivo ya se podía todo. Nadie ha tenido hasta hoy ventaja mayor que esta.

Es que en este momento no podría haber hecho nada si no hubiese recuperado el respeto por su propio cuerpo y por su propia vida, que era la primera manera de respetar la vida que había en los otros. Pero cuando un hombre se respeta, entonces se crea por fin a su propia imagen. Y entonces puede mirar a los otros a los ojos. Sin la aflicción de nuestro gran equívoco y sin la mutua vergüenza.

La palabra que él había esperado no llegó, pues, en forma de palabra. La había realizado con la influencia de la fuerza. Simplemente así: la había realizado. Y entonces, con la fatuidad necesaria para crear, le renacía el tiempo entero, y él sabía que tenía fuerza para volver a empezar.