Aquéllos fueron los años en los que a las mujeres como yo las llamaban «Nueva», «Liberada», «Singular» (yo prefería «Singular», y sigo haciéndolo) y, efectivamente, me sentía nueva, liberada y singular cuando me sentaba frente al escritorio; pero por las noches, tumbada en el sofá, con la mirada perdida, mi madre se materializaba en el aire frente a mí como diciéndome:
–No tan rápido, querida. Tú y yo aún tenemos cosas pendientes.