No pienso llorar

—No se puede obligar a querer, no puedes conseguir que te quieran porque tú lo desees.

Pero el tiempo acabó por convencerla de que todo había cambiado y ella debía mirar hacia otros horizontes si quería vencer la profunda melancolía que tenía secuestrada su natural alegría, que nunca, hasta el último desengaño, había perdido del todo.

—El tiempo no existe — solía decir.
Pero el tiempo acabó por convencerla de que todo había cambiado y ella debía mirar hacia otros horizontes

lo sabía, pero fue lo que evitó su suicidio. Había ideado su propia vida, corta, pero ya intensa, al margen de la realidad. Porque Violeta seguía pensando en la muerte como un recurso a su alcance, para cuando no lo quiera soportar más, para cuando la tristeza me duela demasiado; siempre podía esperar “a ver qué pasa mañana” —pensaba.

No se puede obligar a querer, no puedes conseguir que te quieran porque tú lo desees.

Y fue consciente de que tenía toda la eternidad para sentirse amada y para odiar.

¿Qué hiciste cuando al llegar a casa la encontraste vacía?

—Abrí la jaula del canario y le dije: Vete también tú.

Se acordó de uno de los cuentos de Papini, en el que un hombre llegó a tener asco de sí mismo, de las secreciones que fluían por sus propios orificios naturales... Leyó aquel pequeño libro a escondidas. El título la subyugó: “Palabras y Sangre”.

No lo sabía, pero fue lo que evitó su suicidio. Había ideado su propia vida, corta, pero ya intensa, al margen de la realidad. Porque Violeta seguía pensando en la muerte como un recurso a su alcance, para cuando no lo quiera soportar más, para cuando la tristeza me duela demasiado; siempre podía esperar “a ver qué pasa mañana” —pensaba.

Tuvo la sensación de no estar realmente, y, sin embargo, podía proyectar sus pensamientos.