Jacques Lacarrière, que también hace un inventario de encuentros, cita, además de los cientos de personas con los que ha compartido un momento de vida durante su periplo, «los animales e insectos: la víbora de anoche, durmiendo en una bifurcación entre dos senderos, o esa otra que me topé en el vasto bosque de Auberive, también dormida, o la araña de esta mañana, y tantos otros insectos que he observado, he seguido en su camino, en sus comidas, en sus amores, porque caminar es, ante todo, saber detenerse, mirar, tomarse su tiempo —un tiempo muy diferente del tiempo humano—, saber esperar, atesorar en uno mismo esa paciencia de la araña o ese sueño (¿sin sueños?) de las víboras»