Juan Carlos Kreimer

Punk, la muerte joven

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Una personal mezcla de diario y crónica de los días del nacimiento del punk,
con especial énfasis en 1977 y en la historia de los Sex Pistols, una banda
que, al fin y al cabo, hizo solo un disco y duró poco más de dos años. Pero,
parafraseando a Churchill “Nunca se hizo tanto con tan poco!”. El punk llegó
a ambas riberas del Plata, merced a las dictaduras que padecíamos a principios
de la década del '80, cuando ya era historia en Europa y América del Norte, y
se vivió de segunda mano a partir de algunos discos y de textos como el de
Kreimer (que es de 1978, y fue escrito para ganar dinero extra mientras
trabajaba de acomodador en un cine de Londres). La obra no se olvida de
registrar los primeros pasos de los _punkzines_ o las discográficas
independientes, los primeros locales que albergaron a las banditas punk, los
festivales como el de _Mont de Marsan _de 1977, las diferencias entre la
actitud contestataria y desesperada del punk inglés (producto de un medio en
decadencia) y la visión más filosófica y paródica del punk neoyorquino
(emergente de un medio social que nadaba en la abundancia).
También testimonia la contradicción que las bandas enfrentaban: por un lado
repudiaban el _showbiz_ y, por el otro, estaban pendientes de un contrato con
una multinacional para poder vivir exclusivamente de la música. Obviamente,
esta tensión se resolvió en general por el lado más obvio: vendiéndose. El
punk fue como ese vómito que ayuda a superar una indigestión: un revulsivo
necesario para un rock que, a mitad de los '70, estaba muy lejos de los
intereses de los adolescentes de entonces. Le vino bien a unas cuantas
estrellas que estaban aburguesándose, y que respondieron a la provocación con
grandes obras («The Wall”, “Some girls”, los primeros discos solistas de Peter
Gabriel).
Aportó a la confusión con su creencia en la superioridad del músico inexperto
o ignorante, pero también ayudó a aclarar los tantos: el rock nunca fue solo
música, sino también una actitud vital. Un chico de dieciséis años que conoce
tres acordes no tiene por qué sentirse disminuido ante un rockero que fue al
conservatorio, siempre que tenga algo que decir. Y vaya que hay cosas para
decir.
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244 páginas impresas
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